lunes, 12 de abril de 2010

Estigmatizados por el poder oscuro

Bendiciones a todos.

En esa ocasión quiero hablar sobre las marcas satánicas que surgen en los neonatos que fueron concebidos mediante el pecado, y sin dar más vueltas, comienzo a relatar esta cosa espeluznante de la cual este humilde servidor de Jesucristo ha sido testigo.

Corría por el año 1995 cuando en una noche sin luna y de indómita lluvia, se oyó un furioso golpe en la puerta de mi modesta casa (para ese entonces no vivía en un country cristiano como ahora). Yo me encontraba orando a solas en mi cuarto con dos jovencitas del templo, mientras mi mujer fregaba el inodoro limpiando el vómito de una de esas pobres herejes que había bebido demasiado vino sacramental.
Inmediatamente mandé a uno de mis hijos los machos, que en ese momento contaba con tres años, a abrir la puerta a menos que esperase recibir unos buenos latigazos. Entonces, lo que me encontré cuando estuve frente al portal, fue, indescriptible...
Una joven pareja. Él, dieciocho años; ella, diecisiete. Andaban de la mano y se los veía muy melosos, pero con el terrible agraviante de ¡¡no estar casados!! y de más está decir que una vez que sus paganos labios exclamaron al unísono eso, fui a buscar mi carabina para expulsarlos de mi hogar, por inmundas bestias satanistas. Empero, algo en los ojos y en las curvas de esa jovenzuela ablandó mi rígido corazón y me obligó a retractarme. Los invité a pasar al living, y mandé a mi mujer a prepararles una taza de café, pero, como no tenemos café envasado, sino una plantación en el patio trasero, la envié a cosechar los granos y molerlos todo a mano, como buena hembra que es. Bien, una vez mientras esperábamos el café, y luego de registrar con mis santas manos a la muchacha, por si acaso no llevaba algún crucifijo satánico escondido entre su ropa interior, me dispuse a preguntarles qué les traía a mí (aunque en el fondo sospechaba que querían perdón de un apostol del Señor como yo debido a su herejía de andar de novios sin compañía de sus padres), pero, ojalá hubiera sido eso... Porque lo que contaron fue como la maravillosa bomba atómica de Jesucristo destrozando la tierra de los satánicos budistas japoneses, hablando en nivel de intensidad, no de algarabía, porque fue todo lo contrario en ese sentido. La bomba explotó pero dentro de mi estómago al oír qué me contaban.

La precoz pareja había tenido un hijo. ¡Sí, un hijo!, un hijo nacido de fornicación, nacido fuera del matrimonio. Un engendro impuro, demoniaco, maldito, una satánica escoria. Inmediatamente corrí a por mi rebenque para darles una buena golpiza y exigirle arrepentirse de sus pecados, pero, en ese instante, el joven me dijo que tenían algo que mostrar, y salió hacia el patio de la casa, y entre las plantas del jardín de entrada, sacó un bulto, del que se escuchó un sollozo. Era su vástago, el horripilante bastardo nacido de tan anticristiana unión, y yo sentí que tenía que hacer lo justo: enviar a ese niño a un monasterio para que sea criado como monaguillo. Sin embargo no pude, porque, al correr las mantas, lo que vi me dejó helado. Y puedo decir sin pelos en la lengua que he exorcisado herejes miles de veces, pero, éso, era algo FUERA de este mundo, en todos los sentidos.

La monstruosa criatura era de tez muy clara siendo sus padres cobrizos. Sus ojos eran achinados con expresión mongólica, y sus dedos, tan cortos... Evidentemente tenía la satánica enfermedad del Síndrome de Down. Producto de impura herejía entre demoníacos seres de las tinieblas.

Aterrado no supe qué hacer, pero Jesús es grande y todopoderoso, y me guió con su protección espiritual. Así que con asco, pero sabiendo que el Señor estaba conmigo en espíritu, tomé a ese inmundo animal con mis dos manos, y lo arrojé con fuerza hacia el cesto de basura, para luego ser el manjar de unos hambrientos perros que patrullan famélicos por la ciudad dormida. Luego de eso los padres me agradecieron por haberlos librados del mal, y se ofrecieron quedar a mi completa disposición, para poder así salvarlos del pecado que habían cometido. Y por tanto, la jovencita se convirtió en mi monaguilla personal, y el muchacho, pasó a servir a un amigo y colega pastor, el pastor O. Mosecsual. Y con eso su labor en Cristo su mal fue pagado.

Hoy día cuando recuerdo ese hecho, no dejo de llenarme de gozo al saber que hice lo correcto. Envié a un inmundo demonio a las garras de su amo y señor, al infierno, donde debe estar.

¡Dios los bendiga!

No hay comentarios:

Publicar un comentario